arrival

El trajín del aeropuerto es igual al de cualquier lunes. Ella lleva un suéter verde oscuro que hace juego con sus botas y lleva todo el cabello negrísimo sujeto en un moño, excepto algunos mechones rebeldes que juegan sobre sus ojos miel. Sus dedos largos sobre su bolso, en el brazo izquierdo, mientras camina, impaciente.

Todavía me acuerdo de la primera vez que vine a recogerlo del aeropuerto. Éramos todavía dos niños. Papá me trajo en el porsche azul que fue del abuelo. Y le traje chocolates que compré con mis ahorros de dos meses. Había repasado esa mañana todas sus cartas, esas en las que él me copiaba versos de Bécquer que hablaban de golondrinas y yo moría de amor de imaginar cómo se cerrarían sus ojos en el esfuerzo de leer ése libro de letras pequeñas que él tanto detestaba y yo le había regalado. Almorzamos en la casa de campo ese día, y luego nos fuimos juntos al cine. Esa ceremonia aeropuerto – almuerzo - cine, se repetiría por muchos años, hasta cuando terminamos ambos la facultad y yo ya había olvidado ese amor extraño por Gustavo Adolfo y las golondrinas y las madreselvas de un balcón que nunca tuve.

Se detiene a pasar los ojos sobre la pantalla que anuncia la llegada de los vuelos. Paris, Berlín, San José, Medellín, Madrid, Ámsterdam. Confirma la hora en su reloj y mira nuevamente la pantalla, que ahora anuncia "landed".

En la duodécima discusión que teníamos después de haber empezado a vivir juntos en Cádiz, le reclamé en un arranque de celos mezclado con ira acumulada, el hecho de que hubiera dejado de escribirme cartas. Siempre detesté sus llamadas telefónicas. Era frío, distante, eminentemente informativo. Las noticias sobre la guerra, los últimos avances en la medicina y los antibióticos me las sabía yo de memoria desde que me había mudado a vivir con el abuelo. Y él se rió, con esa risa que muchos años atrás no le escuchaba, se rió en serio, a carcajadas, moviendo la cabeza, respirando luego para calmarse mientras yo atónita, no entendía qué había dicho que fuese tan gracioso. - Ya no tenemos dieciocho, ni veinte, ni veinticinco, Magda, los romanticismos no son de ésta época.

Se acerca a la rampa de llegadas donde muchas personas con pizarras y mensajes en distintos idiomas se pelean por ponerse delante de los demás. Se para tranquila, mira nuevamente su reloj y apoyada en su pierna derecha se dispone a esperar.

A pesar de todo, hemos tenido buenos momentos. Los meses de vacaciones en la playa, todas las tardes echados en la arena, mirándonos a los ojos con calma. Las tardes de ir a pasear por las calles de esa ciudad que a pesar de tanto tiempo seguíamos sin conocer bien. Las horas y horas de recostarnos a ver las últimas películas de Norteamérica en el televisor que sus padres nos regalaron. Los días en que cocinábamos juntos su lasaña favorita, y luego la comíamos en la habitación, antes y después del amor.

Los pasajeros desfilan uno a uno, los murmullos en idiomas desconocidos a ratos la desconciertan, pero sigue sin despegar los ojos de la puerta del fondo, con el corazón que late lento en el pecho.

El día en que iba a pedir mi mano a mis padres viajamos veinte horas en auto. – Estoy aterrado– me confesó antes de besarme rápido en la frente como hacía cuando se sentía incómodo y buscaba apoyo. - Sabes que Robert te adora, y Magnolia quiere nietos con el color de tus ojos – le dije, sonriéndole. Comimos todos juntos a la mesa, como hacía mucho tiempo no hacíamos. Abracé a mi hermana, besé a mis sobrinos muchas veces y él se embriagó con el vino que trajo mi padre de su reserva para días especiales.  

La voz que anuncia las llegadas y partidas de los aviones continúa, monótona, como ruido ambiental. Ella espera impasible, serena, con los ojos impregnados de un brillo especial que parecen no haber tenido en mucho tiempo.

Tres meses después, me recibí de contadora y me ofrecieron un puesto en la Compañía de Banca y Negocios de Bruselas. Nos casaríamos en la primavera de ese año y no hacía más que vivir rodeada de revistas de novias, fotos de vestidos, retazos de telas de colores entre los que tenía que escoger los manteles, las sábanas, las cortinas para nuestra casa. Fui feliz. Diseñé los bordados para las cunas de los niños, mandé a pedir de Francia el juego de sala más hermoso que nadie nunca hubiera visto y dibujé yo misma cómo quería la organización del jardín. Era jugar a ser madre, esposa, mujer de negocios, todo al mismo tiempo.

Un niño se tropieza y cae. Ella lo mira, está muy cerca. No sabe qué hacer, simplemente lo mira, sin descuidar la puerta, confundida. Pronto se acerca la madre y lo abraza, besa y alza. El pequeño se calma y se aleja mirándola con los ojos llenos de lágrimas.

Un día, sin embargo, él desapareció. Sin más explicación, sin dejar rastro, sin decir una palabra. Simplemente juntó todas sus cosas mientras yo dormía y me dejó ahí: con mis niños, jardín y vestido de novia inexistentes. Con mi anillo de compromiso en el tocador.

Entonces lo ve. Los impecables zapatos de gamuza, la camisa siempre blanca, esos cabellos rubios que siempre están desordenados sin importar dónde esté, y esos ojos de mar que la ahogan, aún viéndolos de lejos.

Han pasado doce años. Hace dos meses supe de nuevo de él por los periódicos, que anunciaban que un médico español visitaría Francia por dos días para llevar a cabo una docena de cirugías pediátricas. Y ésta tarde tomé el metro con una sensación en el pecho que no supe explicar.

Él camina sin percatarse de que ella está a pocos metros. Da luego dos o tres pasos para mirar atrás y dirigir la mirada hacia una mujer, que pronto lo toma de la mano y se acerca para besarlo en los labios.

Ella no se inmuta. Sus ojos siguen igual de serenos. Permanece unos segundos más mirándolo, y cuando él se ha dado cuenta al fin de su presencia camina en su dirección.

 

 

 

get it right

no sirve de nada que los demás te lo recuerden o no. tus cicatrices, que te recuerdan quién eres, por dónde has caminado, los errores que has cometido, están ahí. las cicatrices que te recuerdan también que has vivido te acompañan en las tardes, cuando estás solo y el silencio te arrulla y las palabras que no dices se estancan sin melodía.
no importa demasiado cuántas veces te caigas, te enlodes, tropieces. eres tú, eso no va a cambiar. tu canción - esa que nada más tú conoces, esa que estás escribiendo - no va a irse. te van a perseguir tus sueños, porque quieren hacerse realidad para tí. te van a perseguir las ganas de volver a ser tú, la de antes, esa que miras en el espejo y no encuentras, esa cuyos ojos negros no enamoran más. y te aterra, sin embargo, darte cuenta que esa de antes es la misma que la de ahora: luminosidad oscura, vacía, con la inspiración a años luz de distancia.
todo va a pasar. vas a encontrarte pronto, y las cosas no serán como antes - las cosas no pueden volver a ser como antes - sino que serán mucho mejores. la antología de tus risas y tus llantos y tus silencios y espacios vacíos es lo que te ha hecho quien eres ahora. esa que sonríe a veces nada más con los labios, esa que ya no cree más pero sigue contestando el teléfono, esa que espera por un milagro. por una visión reveladora que le dé sentido a todo, de pronto.
esa que no olvida, pero que de pronto ya no tiene lágrimas suficientes.

estéreo

tres acordes me recuerdan a tí.
recuerdo, claro como si fuera hoy, el bajar las escaleras en silencio, con el corazón retumbando en el pecho, el abrirte la puerta a oscuras - y abrirte la puerta de mis miedos también - recuerdo sonreirte, callarte con mis besos y conducirte entre los tropiezos de siempre para luego reirnos bajito, cerrar la puerta de mi habitación y dejarte dormir conmigo, y tú dejar que yo duerma contigo y con tus ojos.
contarte los lunares y navegar en palabras que no se pronuncian. mirarnos a oscuras, a medias, con ansias.
recuerdo como si hoy fuera, que hayas conocido esos secretos que le cuento a mi almohada, que luego me durmiese con tu olor, que luego mis palabras, mis gestos, mis risas supieran a ti.

a ti y a mi, como esos tres acordes. como mis dias, como nuestras noches.
 

dieciséis

esa hoja blanca de papel me mira con dulzura
hoy no hay letras, ni palabras, ni ideas
 
cada día y cada vez, el mismo río pasa debajo del mismo puente, en el mismo camino encandilado por el mismo sol, que agobia a los mismos árboles, que pierden las mismas hojas amarillas.
cada día y cada vez, mis pupilas graban el sol que cae del mismo lado de la ventana, mi cabello en mis mejillas y el mismo sabor en los labios.
cada día y cada vez, al amanecer, canta el mismo pájaro en mi ventana, algunas veces más fuerte y otras más azul.
cada día es, sin embargo, una canción nueva. acordes diferentes, decibeles que enamoraron, decibeles que quieres olvidar.
 
sigues sin entender, pasan los días y las palabras y las canciones no se van.
será quizás, que tratas por primera vez, cada día y cada vez, de olvidar al primer amor que tienes que se hizo de palabras y canciones.
y el corazón terco sigue mirando por las ventanas, esperando que las razones regresen con las mariposas.
 
 
 

joannes

soñé contigo como antes
como antes y como ahora, porque resulta que tenías una playera rojo sangre, porque casualmente eras tú quien me buscaba (mi madre tenía razón, pensé) y porque tu aliento, tan familiar, de pronto, se me antojaba motivo para huir.
soñé contigo como antes, y caigo en cuenta de cuántos meses han pasado sin pensarte. de cuántas noches y tardes sin extrañar tus besos, tu olor, tus ojos café, tus lunares esos que me sé de memoria, tus palabras exasperantes, tus silencios, tus culpas, tus ausencias, tus excusas, tus miradas. sin extrañar esas tardes de pasarla recostada oyendo un latido rítmico en tu pecho, conversando de nuestras divergencias, dándonos besos interminables en las azoteas, encima de los árboles, detrás de las cortinas. soñé contigo como ahora porque aún en mi sueño, huía nuevamente de tus besos, disculpaba mis ausencias, explicaba mis vuelos de avión con razones insostenibles.
soñé contigo y me sorprende. la carencia de recuerdos, que las lágrimas se han ido de paseo junto con tus rosas rojas. me sorprende que nuestros (tus, mis) tulipanes me hayan hecho sonreir. sorprende recordar madrugadas de hospital para no pensarte. haber olvidado novecientos cuarenta y tres días en dos lunas.

it's not a movie trailer

no hay más que recuerdos. tus recuerdos esos que puedo hasta tocar. los recuerdos esos que anoche recorrí como un camino extraño, que escuché como una canción inentendible. no hay más que recuerdos, y me queda nada más maldecir la maravillosa perfección de mi hipocampo.
las palabras que vuelven, y los acordes de música de autos ajenos a lo lejos, que hasta duelen. lo recuerdo todo, hasta cosas que ni siquiera recuerdo haber recordado en su momento. pero eso va a detenerse, un día, un día cercano.
ya no ansío. la sensación de vacío, de tenerla de costumbre, ha desaparecido. todo se ha apaciguado. todo se ha apaciguado, sinceramente, porque ya he entendido, que las mariposas se me han volado todas, todas. que me he quedado sola, pero no sola. que habrán maneras, que no estoy vacía.
porque he entendido que mi historia sigue siendo nada más que mía. ya no espero explicaciones que nunca encontraré ni creo más necesitar.
porque he entendido que siempre puedo empezar de nuevo. que siempre puedo cantar.
no hay más que recuerdos, y tú estás lejos como siempre.
hoy, por primera vez, eso ha dejado de importarme.

día dos

el cielo es rosado y magentas son mis lágrimas, como magentas las violetas marchitas del corredor de mi habitación. mis recuerdos y mi polera, que todavía huelen como tú, me recuerdan que debo olvidar. las hojas amarillas que caen a los pies de los árboles que tanto conozco, se me acumulan debajo de los párpados así como las razones para irme, y el reflejo de las luces amarillas en el río, que me miran, parpadean, me habla con sinceridad de tu insinceridad en la que tanto creí y de la que me nacieron tantos cuentos. hoy prefiero - y lo digo sinceramente - las francas falacias de la gente común.

las piletas en las avenidas son versiones aún más siniestras de aquellas de tus cuentos. el tumulto de la gente me hace pensar en esas ciudades grandes que nunca visitaremos -al menos no juntos- y los acordes de mis canciones vuelven a tener color suficiente como para teñir mis pasos, sin remordimientos, sin aparentar.

soy yo de nuevo.
tus palabras -tus mentiras- están, hoy, a distancias kilométricas.
llévame aire del camino
hasta donde nadie me pueda encontrar

no siempre estuve sola. no siempre lo estaré. hoy se me escapan las palabras y las lágrimas. hoy me faltan las ganas para abrir los ojos y para aceptar.

lo esperé. le escribí hasta quedarme sin palabras, canté hasta quedarme sin voz. sí, él se fue, como tantos otros y como ninguno antes.

y me quedo sentada, abrazando mis piernas con los brazos. y me quedo sentada mientras lo escucho cerrar la puerta. me quedo sentada y tengo pirograbados sus ojos, sus besos, sus manos, sus palabras, sus canciones, su perfume en mi polera, sus dedos y sus labios en mi piel, su voz, su olor, sus cuentos, su risa y sus razones. y escucho las promesas que nunca me hizo. me quedo sentada y él se va. como tantos otros, se va, y como ninguno antes.